Ben A. Barres: genialidad y compromiso (en LOS MUNDOS DE BRANA)

Estamos por nombrar algunos «santos patronos» de este blog. Sin duda, uno de ellos será Ben Barres. Un ejemplo de excelencia científica, de compromiso social y alguien que nos ha dejado hace poco tiempo, con lo que la parte afectiva la seguimos teniendo caliente. Ya hemos hablado algo de Ben Barres por este blog, en la entrada que nos prestaron de MUJERES CON CIENCIA: «Ben y su hermana Bárbara«, y en «Ben Barres (1954-2017): belleza y curiosidad en la ciencia» como obituario. Hace un par de días leímos en el tuit de Laura Morrón que acababa de dedicarle una entrada a Barres en su bitácora LOS MUNDOS DE BRANA. Y, claro, le hemos pedido que nos la preste, a lo que ella ha dicho que encantada. Nosotros más, porque supone una completa biografía de una gran persona. Aquí la tenéis:

BEN A. BARRES: GENIALIDAD Y COMPROMISO

Hoy quiero acercaros la figura de Ben A. Barres, un famoso neurobiólogo que nos dejó el pasado 27 de diciembre de 2017 a los 63 años. Un científico que hizo importantes contribuciones al conocimiento de las funciones de las células gliales descritas en un inicio por Santiago Ramón y Cajal, una persona cuyo compromiso social le llevó a ser un acérrimo defensor del papel de las mujeres en la ciencia.

Ben Barres nació el 13 de septiembre de 1954 en West OrangeNew Jersey (Estados Unidos). Dado que sus características fisiológicas concordaban con las que solemos asociar al sexo femenino, recibió el nombre de Bárbara, pero, desde muy pequeño, no se identificó con las niñas. Era un niño que disfrutaba haciendo volar aeroplanos y disfrazándose cada Halloween de jugador de fútbol o de soldado. Un niño que, hacia los cinco años, descubrió que quería entender mejor el mundo que le rodeaba. Quería dedicarse a la ciencia y ni se le pasó por la cabeza pensar que no pudiese ser científico por el hecho de ser, aparentemente, una mujer. Como él mismo dijo años más tarde, es muy posible que el hecho de no identificarse como mujer hiciese que no se viese afectado por la carga del estereotipo.

En la adolescencia, surgió la incomodidad con su propio cuerpo. Sentía un profundo malestar con el desarrollo físico que experimentaba, le desagradaba afeitarse las piernas, ponerse vestidos y maquillaje. Sentía que era un chico y no entendía por qué no parecía ser del mismo género que ellos, por qué era diferente. Pero nunca compartió sus sentimientos con nadie, se sentía demasiado avergonzado como para hacerlo.

Sumergido en un mar de confusión personal, la pasión por la ciencia supuso un salvavidas. Con 12 años era el mejor estudiante de Matemáticas y Ciencias de su centro y tenía claro que quería ir al MIT (Massachusetts Institute of Technology). Sin embargo, recordemos que a ojos del mundo, de su consejero, era una niña y como niña intentaron disuadirlo de la idea con el argumento de que como mujer tenía poquísimas probabilidades de ser admitida. Pero no hubo manera de convencer a Bárbara. Lo tenía claro: no quería ir a ningún otro sitio. Así que fue al MIT convirtiéndose en el primero de su familia en asistir a la Universidad.

En el MIT experimentó un trato discriminatorio por parte de uno de los profesores. En una ocasión, al dar con la respuesta de un complejo problema matemático que sus compañeros eran incapaces de resolver, el profesor le ridiculizó afirmando: «seguro que tu novio te lo ha resuelto». Pero a pesar del trato diferenciado siguió adelante y se graduó en Ciencias de la Vida (Biología).

En 1979 completó un título médico en el  Dartmouth College de Hanover, hizo la residencia en Neurología en el Weil Cornell Medicine de Nueva York y un doctorado en Neurobiología en la escuela de medicina de Harvard sobre la función y distribución de los canales del catión en células gliales, que completó el año 1990. Sus investigaciones desterraron la idea que se tenía hasta entonces de que estas células de la glía eran meras «células cortejo» de las neuronas. Descubrieron que eran fundamentales para el complejo cableado del cerebro.

Gracias a una beca post-doctoral pudo viajar a Londres y unirse al grupo del eminente biólogo Martin Raff. Allí logró diferenciar distintos tipos de células de glía (astrocitos, células de Schwann y oligodendrocitos) y descifró sus distintas funciones. Raff recuerda encontrarlo  dormido en el suelo del laboratorio cuando llegaba por las mañanas. Afirmó sobre él que «Era muy, muy inteligente y trabajaba más duro que cualquier científico que yo conociera».

De regreso a Estados Unidos en 1993 y ya en su propio laboratorio del departamento de Neurobiología de la Facultad de medicina de la Universidad de Stanford, demostró que las células gliales son críticas para la formación de sinapsis, tanto in vitro como in vivo. Lo cual desbancó la creencia de que las neuronas eran autosuficientes en la formación de dichas sinapsis.

Unos años más tarde, en 1997, la detección de un tumor en la mama le llevó a la decisión de modificar su cuerpo y su identidad legal. Por aquel entonces se había informado sobre el fenómeno trans y necesitaba llevar a cabo este proceso, a pesar de cierto temor a las posibles consecuencias que pudiese conllevar tanto en el terreno personal como en el académico. Así pues, se sometió a la mastectomía de ambos pechos y se empezó a administrar testosterona, lo que provocó una modificación de la musculatura, la aparición de bello facial y el inicio de calvicie.

Lejos de su miedo inicial al rechazo, recibió un gran apoyo de los colegas y alumnos de la universidad de Standford. Un cariño que él siempre brindó a sus cientos de estudiantes. Por las mañanas llevaba café al laboratorio y dedicaba mucho tiempo a conversar con ellos sobre las investigaciones en curso. La intensidad y duración de las reuniones eran legendarias debido a la gran cantidad de asistentes y la variedad de temas abordados. Ben siempre alentó a sus aprendices a manifestar su opinión y a hacer preguntas. También les daba libertad para llevar a cabo colaboraciones externas y, cuando alguno decidía dejar el laboratorio, insistía en que se llevase el trabajo que estuviese haciendo para poderlo continuar en su nueva posición, Algo tremendamente inusual. Siempre apoyó a los investigadores jóvenes y en una de sus últimas contribuciones en Nature pidió a los investigadores de su edad que no bloquearan el camino al éxito a los científicos post-doctorales.

Su equipo de investigación halló la presencia de la proteína C1q en las neuronas y demostró experimentalmente que esta proteína ayudaba a que un tipo de células gliales, las microglia, llevaran a cabo la poda de las sinapsis de las neuronas tanto en el desarrollo neuronal normal como en los desórdenes neurodegenerativos.

En uno de sus últimos trabajos, publicado en la revista Nature, demostró que los astrocitos, que normalmente ayudan al buen funcionamiento de las neuronas, pueden adquirir un comportamiento aberrante y destruir células nerviosas. Posteriormente, uno de sus estudiantes de postdoctorado observó la acumulación de estos astrocitos destructores en tejidos de pacientes afectados de diversas enfermedades neurodegenerativas y comprobó que el bloqueo de la producción de C1q podía hacer que los astrocitos recuperasen la función normal.

En 2008 Barres ganó la cátedra de Neurobiología en Stanford y tres años más tarde co-fundó la compañía Annexon Biosciences con el fin de investigar nuevos medicamentos contra las enfermedades neurodegenerativas. En 2017, Annexon inició ensayos en humanos para estudiar la seguridad del anticuerpo que bloquea la C1q.

Es evidente que a Ben le apasionaba entender el sistema nervioso, pero no era lo único. Su afición por la neurociencia competía a partes iguales con la que mostraba por la saga de películas basadas en los libros de J. K. Rowling, hasta el punto de que definía sus estudios hablando del “misterio y de la magia de la glía” y su foto de perfil de la Universidad de Stanford era un collage sacado de La piedra filosofal. De hecho, tal y como apareció en la revista Nature, uno de los requisitos obligatorios para entrar a trabajar en su laboratorio era acompañar al resto del grupo al estreno de las películas de Harry Potter.

Pero Ben no se dedicó únicamente a su labor investigadora. Los años vividos en los que había sido considerado una mujer cis le enseñaron la crudeza de la desigualdad de género y decidió tomar cartas en el asunto. Emprendió una cruzada por el bienestar de las mujeres en el mundo académico, a pesar de ser muy consciente de que esta postura podía perjudicar a su carrera. Pero fue un riesgo que no dudó en asumir.

En el año 2006 publicó en la revista Nature el artículo «Does Gender Matter?» (¿Importa el género?) en el que expresaba su posicionamiento frente a la opinión generalizada de que las mujeres no suelen progresar en las ciencias debido a diferencias innatas en sus aptitudes. Sobre esto, Ben escribió que «las personas con condicionantes ventajosas, consideran a las menos favorecidas, innatamente inferiores, pretendiendo fundamentar su discriminación en criterios científicos».

En su defensa de la situación de la mujer en la ciencia, también dio numerosas charlas en las que explicaba anécdotas que había vivido y que ratificaban el trato discriminatorio existente. Explicó como había percibido que aquellas personas que no sabían que era una persona trans, le trataban con mucho más respeto después de la operación e incluso valoraban mejor su investigación. Explicaba como, tras dar un seminario, un destacado catedrático comentó que «hoy Ben ha dado un gran seminario, está claro que es mucho mejor que su hermana Barbara».

Para Ben el fenómeno trans tenía mucho que enseñar sobre el gran prejuicio de los estereotipos de género.

En el año 2013 fue admitido como miembro de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos, convirtiéndose en el primer científico abiertamente trans en formar parte de la institución.

Por lo que se refiere a su vida personal, Ben nunca sintió especial interés en las relaciones románticas o en ser padre. Siempre consideró a sus colegas como su familia, y a sus estudiantes y PostDocs como sus hijos. Las puertas del pasillo del laboratorio estaban adornadas con los dibujos y fotografías de miembros antiguos y actuales del equipo. Allí se sentía en su hogar y allí siguió mientras se sometía al tratamiento de un cáncer pancreático avanzado que le diagnosticaron en abril de 2016. Hasta el último momento tuteló a sus estudiantes y  les escribió cartas de recomendación para sus futuras labores profesionales después de su muerte.

Ben confesó en una entrevista que no temía la muerte, pero culpaba al cáncer de haber matado su curiosidad, de haber imposibilitado contratar más personal en su grupo y ampliar la investigación. Nadie mejor que él para despedir su biografía:

«Viví mi vida en mis propios términos: quise cambiar mi sexo y lo hice. Quise ser un científico y lo fui. Quise estudiar las células gliales y también lo hice. Me pronuncié por lo que creía y quiero pensar que logré un impacto o al menos abrí la puerta para que se diera. No me lamento de nada y estoy listo para morir. Tuve una gran vida». B.B.

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Bibliografía y enlaces de interés:

 

Laura Morrón Ruiz de Gordejuela cuenta de sí misma:
Licenciada en Física por la Universidad de Barcelona y máster en Ingeniería y Gestión de las energías renovables por IL3. Tras años dedicada a la protección radiológica, he encontrado un empleo como directora de Next Door Publishers, que aúna mi pasión por la divulgación científica y la literatura. Aparte de esta labor, también ejerzo de divulgadora científica en mi blog «Los Mundos de Brana» —premiado en la VI edición del Concurso de Divulgación Científica del CPAN—, en el podcast «Crecer soñando ciencia» y en las plataformas «Naukas» y «Hablando de Ciencia». He colaborado en el blog «Desayuno con fotones» y los podcasts de ciencia «La Buhardilla 2.0» y «Pa ciència, la nostra». Soy socia de ADCMurcia, Cienciaterapia, Asociación Podcast y ARP-SAPC. En 2015 tuve el honor de ser galardonada con el premio Tesla de divulgación científica de «Naukas».