Rachel Carson (1907-1964), la elección entre el activismo o la sexualidad

«Rachel Carson estuvo abocada a tomar una decisión entre su causa (el ecologismo) y su sexualidad». Es la frase que cierra una breve biografía de esta bióloga marina que despertó al mundo aivsando de los efectos del DDT en el medio ambiente que realizan en la wiki de QUEERBIO.COM, un proyecto del Mark S. Bonham Centre for Sexual Diversity Studies de Toronto. Sin duda una de las «vidas ejemplares» de la ciencia LGTBIQ. Allá vamos…

Rachel Carson destruyó poco antes de su muerte toda la correspondencia mantenida con su pareja durante años y años, Dorothy Freeman. Durante toda su lucha ambientalista, lo que luego fue llamada «ecologista», había guardado en secreto esa relación, que podría haber complicado su ya complicada lucha. Si fue tildada por sus opositores de poco menos que estúpida, mala científica, histérica y todo ello, además, por ser mujer, de haber trascendido que además era lesbiana la cosa habría sido indudablemente más agria… No es algo nuevo, sino a menudo una pauta que encontramos en el relato de la vida de muchas mujeres lesbianas, también las científicas. Algo que, como hemos comentado en este blog, llegó a condicionar también la vida de Sally Ride, quien optó por abanderar la lucha por la mujer en la ciencia y la tecnología usando su imagen como primera mujer astronauta estadounidense, dedicándose (con su compañera) a la divulgación y a la promoción de las vocaciones científicas entre niñas, y eso le llevó a permanecer en el armario toda su vida (digamos, en un armario discreto, al estilo del «don’t ask, don’t answer»).

¿Quién era Rachel Carson? Sin duda una pionera en el activismo desde la ciencia ante el uso de tecnologías sin una adecuada evaluación del impacto ambiental de las mismas. Nacida en 1907 estudió biología y genética, dedicándose a la biología marina en diversos centros de investigación y en la Oficina de Pesquerías del gobierno estadounidense y posteriormente en el US Fish and Wildlife Service, llegando a dirigir su departamento de publicaciones, donde dedicó un importante esfuerzo a la divulgación escrita escrita y hablada (realizó innumerables guiones de radio). Publicó tres libros sobre el tema: «Bajo el mar» en 1941; «El mar que nos rodea» en 1950 y «La orilla del mar» en 1952.

Pero el más famoso de sus libros de divulgación científica es sin duda «Primavera silenciosa», de 1962. Como suelo hacer en este blog, cuando hay un buen texto sobre un tema, prefiero traerlo aquí, y citarlo y agradecerlo como es lógico. En este caso, quiero que sigamos la historia de Rachel Carson de la mano de Eduardo Angulo, que escribió El caso de Rachel Carson en el blog Cuaderno de Cultura Científica de la Cátedra de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco el 14 de abril de 2014

El caso de Rachel Carson (por Eduardo Angulo)

Hace no muchos años un catedrático de Ecología dejó escrito que “dicho de otro modo y telegráficamente: sin el libro de Rachel Carson, hoy seguramente no existiría Greenpeace”. Si esto es así, quizá no haya persona más respetada y, a la vez, más desconocida en nuestro entorno que Rachel Carson y su libro Primavera silenciosa. En cambio, en Estados Unidos se considera que este libro es uno de los más notorios del siglo XX y de los que más han influido en su cultura, su sociedad y su política. A menudo comparado con La cabaña del Tío Tom, que proporcionó un sólido apoyo social al abolicionismo, Primavera silenciosa contribuyó a un nuevo conocimiento del lugar que ocupa la especie humana en el mundo y a promover políticas y conductas para preservar el ambiente. Fue Rachel Carson la que ayudó, con su libro y su testimonio, a la creación, años después de su muerte, de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos, la conocida EPA, a controlar el uso del DDT y de otros pesticidas, a la celebración del Día de la Tierra, a las leyes que se dictaron en muchos países del planeta sobre pesticidas, insecticidas, fungicidas, rodenticidas y productos similares y, en fin, al desarrollo del movimiento filosófico y político que hoy llamamos ecologismo. Veamos, brevemente, que hizo Rachel Carson para merecer una declaración tan tajante de aquel catedrático de Ecología.

Murió el 14 de abril de 1964, hace hoy 50 años (NOTA: esta entrada  fue publicada el 14 de junio de 2014), en Silver Springs, Maryland, por lo que estamos de celebración y recuerdo de Rachel Carson. Su libro más conocido, Primavera silenciosa, publicado en 1962, tiene casi 10000 citas por escrito en publicaciones de científicos y divulgadores y, en Google, marca casi millón y medio de resultados. Sin embargo, en español no se había traducido hasta hace unos años, en 2010.

Rachel Carson nació en 1907 en Springdale, Pennsylvania, y, por tanto, murió a los 56 años, en la plenitud de su talento como escritora y divulgadora. Era bióloga, con una tesis de máster en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore. Por problemas familiares y falta de fondos, no pudo hacer el doctorado y seguir en la investigación, como ella quería, y enseñó durante unos años antes de entrar en el Servicio de Pesquerías del gobierno, luego llamado Servicio de Pesca y de la Vida Salvaje.

Después de esta breve introducción, vayamos al detalle. En Springdale, su lugar de nacimiento, vivió en la granja de su familia, de unas 26 hectáreas, y que, desde muy niña, Rachel había explorado a fondo. Gran lectora, con preferencia de libros que tratasen del mar y de autores como Herman Melville, Joseph Conrad o Robert Louis Stevenson, publicó su primer cuento a los 11 años. Cuando comenzó sus estudios secundarios se matriculó en Inglés pero pronto, en 1928, pasó a Biología. Aunque por problemas económicos en la familia, ya que su padre, vendedor de seguros, perdió su trabajo y, además, estamos en 1928, al comienzo de la Gran Depresión, tardó en graduarse en la Universidad Johns Hopkins y no pudo continuar sus estudios de zoología y genética. Se dedicó a la enseñanza hasta 1935, cuando murió su padre y se hizo cargo de su madre. Por recomendación de una de sus profesoras entró, con un contrato temporal, en el Servicio de Pesquerías. Su trabajo consistía en escribir guiones educativos para un programa de radio llamado Romance bajo las aguas. Eran 52 programas de 7 minutos cada uno, y los completó con éxito. Le ofrecieron un contrato a tiempo completo y, después, preparó y se presentó al examen para conseguir el puesto. Se celebró en 1936, sacó el número 1 y fue la segunda mujer en conseguirlo en el Servicio de Pesquerías.

Foto de empleada del Servicio
de Pesquerías (1940).

Así comenzó su carrera como bióloga marina y, también, como escritora. Su función era revisar los trabajos de investigación y redactar textos y resúmenes para folletos que se hacían llegar a los profesionales del sector y al gran público en general. Por ejemplo, en 1943, en plena Segunda Guerra Mundial, apareció un texto suyo, de 78 páginas, promocionando los alimentos del mar, con descripciones de 27 especies de peces y mariscos. Trata de los hábitos de alimentación de los norteamericanos y de cómo están sustituyendo alimentos clásicos por otros nuevos debido a las dificultades de suministro provocadas por la guerra y, entre ellos, están los que llegan del mar, no muy populares hasta entonces entre los norteamericanos. Por ejemplo, sobre los mejillones escribe que “hay personas que aprecian su delicado sabor”, y añade que “son ricos en minerales, vitaminas y proteínas” y, además, son de “los alimentos más digeribles, pues el cuerpo humano es capaz de utilizar prácticamente todos los nutrientes contenidos en su carne y en sus líquidos”.

Cumplió a la perfección con estas tareas de revisar y redactar textos y llegó a ser nombrada editora en jefe de todas las publicaciones del Servicio de Pesca y Vida Silvestre.

A la vez, y con lo que sabe y aprende en su puesto, comienza a publicar artículos sobre la naturaleza y el mar en varios periódicos. Pero, siguen las desgracias en su familia, y en 1937 muere su hermana mayor y se hace cargo de sus dos sobrinas, además de su madre. Pronto, y a pesar de las dificultades, en 1941, publica su primer libro sobre el mar, Under the wind, con buenas críticas y pocas ventas. Y en 1951, cuando prepara su segundo libro, toma la arriesgada decisión de dejar su trabajo y dedicarse a escribir a tiempo completo. Por fin consigue el éxito, y son excelentes las ventas de sus nuevos dos libros sobre el mar, The sea around us, publicado en 1951 y que se mantuvo 86 semanas en la lista de ventas del New York Times, y The edge of the sea que apareció en 1955.

Preocupada por lo que lee y por algunas conversaciones con científicos alarmados por lo que están encontrando en sus estudios, Rachel Carson comienza a investigar sobre el DDT y sus efectos e inicia la preparación de su siguiente libro, Primavera silenciosa. El insecticida se había empleado con profusión en Europa y el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial para controlar los insectos que transmitían enfermedades como el mosquito de la malaria, los diversos insectos del tifus o las pulgas de la peste. Se convirtió en un insecticida de uso doméstico y agrícola y sin ninguna regulación que controlara su manejo. Incluso el propio Departamento de Agricultura organizó una campaña con DDT contra la hormiga roja de fuego, Solenopsis invicta, y fumigó cientos de miles de hectáreas en las zonas que había invadido esta especie.

Los beneficios del DDT eran bien conocidos por el gran público pero no habían alcanzado igual difusión los daños que produce. Con los tratamientos de la época desaparecen los insectos, casi todos y no solo los que son el objetivo del pesticida, y el DDT se acumula en otras especies que, poco a poco y por su persistencia, sufren su toxicidad y, en algunos casos, también acaban por extinguirse. Así, piensa Rachel Carson, sin darnos cuenta llegaremos a nuestra particular “primavera silenciosa”. Es el efecto final del poder, a veces pernicioso, que nuestra especie ejerce sobre la naturaleza.

La autora se enfrentó a uno de los problemas más graves que la Revolución Industrial, el siglo XX y las conductas de nuestra especie han dejado en herencia al futuro y los que vivan ese futuro en nuestro planeta: la contaminación y sus efectos. Rachel escribió en Primavera silenciosa que:

[…] por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora en contacto con productos químicos peligrosos, desde el momento de su concepción hasta su muerte… Se han encontrado en peces en remotos lagos de montaña, en lombrices enterradas en el suelo, en los huevos de los pájaros y en el propio hombre, ya que estos productos químicos están ahora almacenados en los cuerpos de la vasta mayoría de los seres humanos. Aparecen en la leche materna y probablemente en los tejidos del niño que todavía no ha nacido.

Esta palabras, escritas a principios de los sesenta del siglo pasado, hace más de 50 años, son válidas todavía hoy en día y, es más, se puede asegurar que ahora la situación es mucho más grave.

El libro se publicó por entregas en la revista New Yorker en 1962 y, avisada la industria agroquímica sobre su contenido, intentaron impedir su edición como libro. Los ataques fueron terribles, tanto a su libro como a ella misma. Dijeron que sus datos no eran de fiar aunque nadie lo pudo demostrar. Llevaba cuatro años preparando el libro y, además de los textos que revisó, se entrevisto y mantuvo correspondencia con gran cantidad de científicos y expertos sobre el DDT y sus efectos. De ella se dijo que ni siquiera era doctora, como mucho una técnico que venía de la administración. Y personalmente tuvo que aguantar insultos y calumnias sin fin. Nunca se casó y su estado civil llevó a que se publicasen todo tipo de insultos y sugerencias, algunas muy impertinentes. Un antiguo Secretario de Agricultura llegó a escribir, en una carta dirigida al Presidente Eisenhower que luego se hizo pública, que “como no se ha casado, a pesar de ser físicamente atractiva, probablemente es comunista”. Extraordinaria crítica científica.

Pero el libro se publicó y tuvo un éxito extraordinario. Llegaron las alabanzas, los apoyos, los elogios aunque, además, siguieron los ataques a ella y a su libro. Incluso ahora, 50 años después, la polémica sobre la responsabilidad de Rachel Carson sobre el control del DDT continúa. En el 2012, al medio siglo de la edición de Primavera silenciosa, Rob Dunn, de la Universidad Estatal de Carolina del Norte en Raleigh, publicó un comentario breve, de página y media, en Nature. Narraba la historia de la autora y de su libro y comentaba, elogiosamente, su influencia en la aparición de conductas de protección del ambiente sobre todo, es obvio, con referencia al DDT y a los pesticidas.

Un mes después aparecía, en la misma revista, la respuesta al artículo de Dunn. Estaba firmada por 11 investigadores liderados por Tony Trewavas, de la Universidad de Edimburgo. La primera frase ya deja claro que no consideran Primavera silenciosa como un “faro de razón”, en palabras de Dunn. Acusan a Carson de provocar la prohibición del DDT en Estados Unidos en 1972 (en España se prohibió en 1971) debido a la difusión y popularidad de su libro. En su crítica se centran, sobre todo, en la utilización del DDT en la lucha contra el mosquito de la malaria. Afirman que desde su prohibición en 1972, los enfermos de malaria se han multiplica de 10 a 100 veces en todo el mundo, y el número de muertos se ha calculado entre 60 y 80 millones de personas.

En realidad, nunca se prohibió el DDT en las fumigaciones contra el mosquito de la malaria cuando era necesario, y en muchos países se sigue utilizando con ese fin. Rachel Carson, en Primavera silenciosa, nunca se opuso a la utilización de insecticidas, y en concreto del DDT, en el control de la malaria pero, en cambio, si que pidió más vigilancia en su uso.

Desde el punto de vista conceptual biológico, Rachel Carson popularizó que nuestra especie no es dueña de la naturaleza, sino parte de ella como cualquier otro ser vivo. Hasta entonces éramos dueños y, si conservábamos alguna parte de la naturaleza era porque nos gustaba, era bella, hermosa y nos hacía felices y, además, nos sentíamos generosos. Así empezaron a crearse, ya en el siglo XIX, los primeros parques naturales y reservas de todo tipo. Pero el DDT, obra nuestra, dañaba la naturaleza y, además, nos dañaba a nosotros porque, lo aceptáramos o no, éramos, y somos, parte de esa naturaleza.

En un bosque cercano a su casa de Maryland en 1962, año de la publicación de Primavera silenciosa.

Y solo me queda comentar que, por si fuera poco, Primavera silenciosa era un compromiso personal de Rachel Carson, una mujer que pasó por una mastectomía radical en 1960 por un cáncer de mama que se le diagnosticó según preparaba y escribía el libro. Murió de las complicaciones, anemia provocada por la radioterapia y metástasis en el hígado, dos años después de la publicación del libro, en 1964, en Silver Spring, en Maryland. Es un tipo de cáncer, el de mama, que ya en los años en que lo sufrió Rachel Carson se asociaba a la exposición a productos químicos carcinogénicos y, además, al DDT se le consideraba entonces un producto cancerígeno.

Nunca se ha probado fuera de toda duda la relación entre el DDT y el cáncer. Las exhaustivas revisiones de la bibliografía publicada que hace la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer, integrada en la OMS, llevan a la conclusión de que faltan datos fiables y de que, en todo caso, es un compuesto sospechoso.

Pero en 1960 y para Rachel Carson, que estaba investigando los efectos de los insecticidas y, en general, de productos químicos tóxicos y, a la vez, se le diagnostica un cáncer y sigue un duro tratamiento que termina con la mastectomía, el efecto tuvo que ser terrible. Y fue muy honrada en sus textos pues, aunque trató la relación de los insecticidas con el cáncer, llegó a la misma conclusión que ya he mencionado: no hay datos suficientes y falta mucho por investigar. Alguno de sus biógrafos asegura que cambió su estilo de escribir. Era alegre, tierna y sosegada cuando escribió sus tres libros sobre el mar. Pero Primavera silenciosa es más sobrio, más denso y mucho menos optimista sobre la relación entre nuestra especie y la naturaleza. Solo hay que leer el primer capítulo de su libro para captar lo que aquí cuento. Léanlo y experimenten lo que entonces sentía Rachel Carson.

(Referencias del artículo en la versión original)

Adenda (de @javierarmentia)

Es una pena que en el artículo anterior no se haga mención alguna a la condición de lesbiana de Carson, que sí fue relevante, al menos, en su vida y sirve para comprender mejor la talla de esta mujer y su compromiso y renuncia: el activismo ambiental ganó a su condición sexual. ¿Además de ser tomada por acientífica o tonta «por ser mujer» o de comunista por su estilo de vida, sin casarse ni tener hijos, debería haber soportado el ataque adicional por su lesbianismo? Posiblemente, como muchas otras personas, manteniendo esto de la esfera personal en la estricta esfera personal evitó críticas más crueles aún. Algo que podemos confirmar en la historia de la destrucción de cartas entre Carson y Freeman, su pareja.

Always, Rachel: The Letters of Rachel Carson and Dorothy Freeman, 1952-1964 (Concord Library) de Rachel Carson, Dorothy Freeman y Martha E. Freeman (editora)

Comentaba al inicio que Carson quemó su correspondencia, pero no fue una destrucción total, lo que nos habría hurtado una historia apasionante. En efecto, no toda la correspondencia desapareció (un asunto, el de la correspondencia entre dos mujeres que se aman y es destruida por una de ellas casi como un acto de amor y respeto a la intimidad, que ha sido más conocido y analizado en el caso de Eleanor Roosvelt y Lorena Hickock, entendible en ese contexto sexista y homofóbico).

La publicación en 1995 de «Always, Rachel: The Letters of Rachel Carson and Dorothy Freeman, 1952-1964», editado por Martha E. Freeman, la nieta de Dorothy, donde se pone de manifiesto la relación durante años de las dos mujeres, que se conocieron en su veraneo en Maine, y que compartieron una apasionante aventura emocional e intelectual juntas, a lo largo de doce años que finalizaron con la muerte de Rachel Carson debido a un cáncer de mama. Cuenta la nieta que a menudo estas mujeres se escribían dos cartas diferentes a la vez, que enviaban incluso a veces en sobres separados: en una trataban temas más públicos, debates intelectuales, opiniones sobre el mundo y diversas cuestiones, y otra más privada. ¿Tiene su lógica? Por supuesto, Dorothy era una mujer casada y de esta manera, siempre podía mostrar a su marido Stanley la carta de su amiga, esa que empezaba con «Dearest,». En la otra, la privada, abría Rachel con «Darling,» y cerraba con ese «Always, Rachel» que da título a la obra.

Rachel Carson y Dorothy Freeman.

Hay un tema que se ha tratado en ciertos análisis y es si el marido estaba informado de la relación entre las dos mujeres (por ejemplo, en este blog), algo que parece entenderse en las propias cartas de Rachel: «y, querida, espero que quedara claro en mi nota que me hizo mucha ilusión de que le leyeras a él la carta – o parte de ella. Deseo que el sepa lo que significas para mi». Diversas reseñas ponen énfasis en el carácter «platónico» de la relación entre ambas mujeres, algo que es más proyección o cierto deseo de no perturbar demasiado con lo que implica una relación epistolar de amor tan intenso. Se puede leer un análisis sobre esto en «Rachel Carson’s Touching Farewell to Her Dearest Friend and Beloved», de Maria Popova en Brain Pickings.

Rachel Carson con Dorothy y Stanley Freeman, Southport Island, Maine.

Ya tienen lecturas para un buen rato, con historias apasionantes, de amor y ciencia.